ARTICULO DE INTERÉS desde TRUJILLO por DIÓMEDES MORALES.

EL COMERCIO INFORMAL DE AYER Y HOY

Hace unos días, mi dilecto amigo, excelente narrador y poeta, Ángel Gavidia, integrante del ya inactivo Grupo Literario Greda, me preguntó, a través del wasap, que «¿a qué clase pertenece el vendedor ambulante y a qué clase «el emprendedor» de Gamarra?», refiriéndose, lógicamente, al empresario de ese centro comercial que, en Lima, como empresario, trabaja con miles y, también, millones de soles. Pues, como es obvio, Ángel Gavidia, sabe que llevo casi toda mi vida como vendedor ambulante y, alguna vez (1987-2000) fui fundador y primer presidente de la Asociación de Comerciantes Ambulantes de Trujillo. A nombre de la cuál, en 1992, participé en el Primer Fórum del Comercio Ambulatorio que la regiduría del Comercio Informal de la Municipalidad Provincial de Trujillo y la Cámara de Comercio de La Libertad, organizaron con el fin de desalojar a los ambulantes «establecidos» temporalmente en las avenidas España, Atahualpa, Sinchi Roca y Zela, de Trujillo. Es decir, en todo el contorno de lo que entonces era el Centro Comercial «Las Malvinas», creado y ejecutado por el gobierno municipal Aprista de Jorge Torres Vallejo, en 1980, para «reubicar» ahí a todos los ambulantes «establecidos» en el Mercado Central durante las décadas 60 y 70 del siglo XX.

Así que, según él, puedo responder su pregunta, por el conocimiento teórico y práctico acumulando en mi devenir histórico. Y, por la amistad que nos une, debo informarle que, entonces, cuando ocupaba dicho cargo y me era útil para debatir con las autoridades en defensa de mis compañeros de trabajo, yo sostenía que se debe catalogar o llamar comerciante ambulante al que, por su monto de capital y la ley de la oferta y la demanda, le permite ganar honradamente el pan de cada día. Es decir, que la ganancia del día debe cubrir el gasto diario de la canasta familiar, para que dicho ambulante no sufra necesidades económicas durante ese día de trabajo; cómo, ciertamente, había comprobado muchas veces debido a que la competencia desleal de la compra-venta diaria permite que unos vendan más que otros. Debido, primero, al poco capital de inversión, de unos, o al costo (caro o barato) que pone tal o cual vendedor. Causando, así, que unos ganen lo necesario para vivir y otros pasen las pobrezas más inimaginables que solo a través del arte y la literatura es posible imaginar y conocer a ciencia cierta.

Por eso, como es obvio, aquél que cuya ganancia, ya sea por su monto de capital o porque la ley de la oferta y la demanda, aprovechando la «temporada» comercial, le permite ganar más de lo indispensable de la canasta familiar, ya no es ambulante, sino un «comerciante estacionario». Es decir, un comerciante que tiene ya posibilidades económicas que puede (y debe, haciendo un esfuerzo) dejar las calles y establecerse en «su» tienda (alquilada en un Centro Comercial, por ejemplo), y pasar, así, a otra categoría social.

Ésta, para mí, es una de las torpezas gravitantes que las autoridades del ramo cometen al desalojar al comercio ambulatorio, en general. Pues, para una verdadera (aunque parcial, porque el problema del comercio ambulatorio es un problema estructural, propio de la injusticia social en que vivimos), solución, hay que, primero, categorizarlos para saber si dicho ambulante es o no un «necesitado» o un «trabajador independiente» que hay que «legalizar» en un Centro Comercial. Para que, así, no solo se ocupen los puestos vacíos de los mercados zonales, sino también de los Centros Comerciales que, por lo caro de sus alquileres y los sitios no comerciales dónde están, sufren la ley de la oferta y la demanda.

A propósito, otro de los motivos, ahora, para no solucionar temporalmente éste acuciante problema del comercio ambulatorio en las provincias, y especialmente en Trujillo, es que las autoridades (es decir, los partidos políticos de los cuales provienen) piensan y actúan ciegamente, pues el crecimiento poblacional, incontenible desde hace 100 años, más o menos, cuando empezó la emigración del campo a ciudad, hasta hoy, no actúa, con una visión «moderna», pues, la ciudad, que ayer fue solo una «ciudad» común y corriente, hoy es una «aldea global». Es decir, una ciudad llena de urbanizaciones «pitucas» y «populares» que han incrementado enormemente su población. Y, por ende, éstas requieren no solo de más policías para su «orden» público, sino también de más mercados, en segunda y tercera planta, para incrementar su oferta y demanda comercial. Dónde, naturalmente, sean los comerciantes «estacionarios» quiénes ocupen, por derecho propio, esos lugares. Y, así, verdaderamente, paliar el grave problema del comercio ambulatorio.

Así, pues, respecto a los «emprendedores» de Gamarra, ya es otro asunto. Pues, ellos, como micro y pequeños empresarios, vinculados, ciertamente a los ambulantes y a los comerciantes minoristas y mayoristas, de Lima y provincias, naturalmente, también requieren ser «apoyados» por el gobierno central y municipal (Sí, «apoyados» por el gobierno central y municipal, porque no olvidemos que el Gobierno Central y Municipal jamás han estado realmente con ellos, porque pertenecen a los grandes monopolios,  peruanos y extranjeros); y, por eso, realmente, tanto los micros, pequeños empresarios y los ambulantes «establecidos» o no, siempre hemos sido los postergados, de u otra forma, de los gobiernos en general. Por eso, pues, la sociedad capitalista dependiente en que vivimos, jamás ha sido y será consecuente con los pobres. Y, más bien, siempre ha sido, es y será consecuente con los poderosos. Aunque, usted, doctor, Ángel Gavidia, diga que eso solo es mi opinión política. Pero, sí, la asumo como tal. Saludos.

DIÓMEDES MORALES, miembro del desaparecido Grupo Literario GREDA, ha públicado en revistas, plaquetas, periódicos y libros editados en diversos puntos del país, y ahora en EL REFUGIO DEL PUMA.